viernes, 2 de marzo de 2012

100 Millones de Cuentos / Dialogos Entre un Sacerdote y Un Moribundo


DIALOGOS ENTRE UN SACERDOTE Y UN MORIBUNDO -

por El MARQUES DE SADE



El Sacerdote

Llegado el instante fatal en que el velo de la ilusión sólo se desgarra para dejar al hombre reducido al cuadro cruel de sus errores y sus vicios, ¿no te arrepientes, hijo mío, de los múltiples desordenes a los que te condujo la humana debilidad y fragilidad?

El Moribundo

Sí, amigo mío, me arrepiento.

El Sacerdote

Pues bien, aprovecha estos remordimientos felices para obtener del cielo, en este corto intervalo, la absolución general de tus faltas, y piensa que es por la mediación del santísimo sacramento de la penitencia que te será posible obtenerla del Eterno.

El Moribundo

No nos comprendemos.

El Sacerdote

¡Cómo!

El Moribundo

Te he dicho que me arrepentía.

El Sacerdote

Así lo oí.

El Moribundo

Sí, pero sin comprenderlo.

El Sacerdote

¿Qué interpretación?...

El Moribundo

Esta... Creado por la naturaleza con inclinaciones ardorosas, con pasiones fortísimas, únicamente colocado en este mundo para entregarme a ellas y para satisfacerlas, y estos efectos de mi creación no siendo más que necesidades relativas a las primeras vistas de la naturaleza, o, si lo prefieres, sólo derivaciones esenciales de sus proyectos sobre mí, todos en razón de sus leyes, sólo me arrepiento de no haber reconocido bastante su omnipotencia, y mis únicos remordimientos sólo se refieren al mediocre uso que hice de las facultades (criminales según tú, según yo muy simples) que ella me había dado para servirla. La he resistido algunas veces, de eso me arrepiento. Cegado por tus sistemas absurdos, con ellos combatí toda la violencia de los deseos que había recibido de una inspiración más que divina, de eso me arrepiento. Coseché sólo flores cuando pude hacer una amplia cosecha de frutos... Estos son los justos motivos de mi pesar. Estímame en algo para no atribuirme otros.

El Sacerdote

¡A dónde te arrastran tus errores, a dónde te conducen tus sofismas! Prestas a la cosa creada todo el poder del creador. ¿No ves que esas desdichadas tendencias que te extravían no son más que efectos de la naturaleza corrompida, a la cual atribuyes toda la potencia?

El Moribundo

Amigo, me parece que tu dialéctica es tan falsa como tu espíritu. Quisiera que razonaras más exactamente o que me dejaras morir en paz. ¿Qué entiendes por creador, y qué entiendes por naturaleza corrompida?

El Sacerdote

El Creador es el dueño del universo, es él quien lo ha hecho todo, lo ha creado todo, y quien conserva todo por un simple efecto de su omnipotencia.

El Moribundo

Es un gran hombre, sin duda. Pues bien, dime por qué este hombre, que es tan poderoso, ha hecho sin embargo, según tú, una naturaleza corrompida.

El Sacerdote

¿Cuál hubiera sido el mérito de los hombres si Dios no les hubiere dejado su libre arbitrio, y qué mérito hubiesen tenido para disfrutarlo si no hubiera habido en la tierra la posibilidad de hacer el bien y la de evitar el mal?

El Moribundo

Así, pues, tu dios ha querido hacerlo todo oblicuamente sólo para tentar o probar a su criatura. ¿No la conocía pues, no sospechaba pues el resultado?

El Sacerdote

Sin duda que la conocía, pero una vez más quería dejarle el mérito de la elección.

El Moribundo

¿Para qué, desde el momento que sabía el partido que tomaría y sólo dependía de él, ya que le proclamas tan omnipotente, y sólo dependía de él, repito, el hacerla tomar el bueno?

El Sacerdote

¿Quién puede comprender los designios inmensos e infinitos de Dios con respecto al hombre, y quién puede comprender todo lo que vemos?

El Moribundo

Aquel que simplifica las cosas, amigo mío, sobre todo aquel que no multiplica las causas para mejor enredar los efectos. ¿Para qué necesitas una segunda dificultad cuando no puedes explicar la primera, y desde el momento en que es posible que la naturaleza, haya hecho por sí sola lo que le atribuyes a tu dios, por qué quieres buscarle un amo? La causa de que no comprendas es quizá lo más simple del mundo. Perfecciona tu física y comprenderás mejor la naturaleza, depura tu razón y entonces no tendrás necesidad de tu dios.

El Sacerdote

¡Desdichado! Sólo te creía sociniano, tenía armas para combatirte, pero veo claramente que eres ateo, y desde el momento en que tu corazón se niega a la inmensidad de las pruebas auténticas que recibimos cada día de la existencia del creador, no tengo nada más que decirte. No se le da luz a un ciego.

El Moribundo

Amigo mío, admite un hecho, de los dos, el más ciego es seguramente aquel que se pone una venda que el que se la arranca. Tú edificas, inventas, multiplicas, yo destruyo, simplifico. Tú agregas error sobre error, yo los combato. ¿Cuál de los dos es el ciego?

El Sacerdote

¿No crees, pues, en Dios?

El Moribundo

No. Y esto por una simple razón. Es perfectamente imposible creer en lo que no se comprende. Entre la comprensión y la fe deben existir conexiones inmediatas; la comprensión es el primer alimento de la fe; cuando la comprensión no actúa muere la fe, y ésos que en tal caso pretendieran tenerla, mienten. Te desafío a que creas en el dios que me predicas – ya que no sabrías demostrármelo, ya que no está en ti el definírmelo, y, por lo tanto, no lo comprendes – y desde el momento en que no lo comprendes no puedes suministrarme de él ningún argumento razonable, pues, en una palabra, todo lo que está por encima de los límites del espíritu humano es quimera o inutilidad. Si tu dios no puede ser más que una u otra cosa, en el primer caso sería un loco si creyera en él; un imbécil, en el segundo. Amigo mío, pruébame la inercia de la materia y te concederé el creador. Pruébame que la naturaleza no se basta a sí misma y te prometo suponerle un dueño. Hasta entonces, nada esperes de mí, sólo me rindo a la evidencia y sólo la recibo de mis sentidos; dónde ellos se detienen allí mi fe queda sin fuerzas. Creo en el sol porque lo veo, lo concibo como el centro de reunión de toda la materia inflamable de la naturaleza, su marcha periódica me complace sin asombrarme. Es una operación de física, acaso tan simple como la de la electricidad, pero que no nos está permitido comprender.

¿Qué necesidad tengo de ir más lejos?

¿Cuándo me hayas levantado los andamios de tu dios por encima de esto, qué habré avanzado?

¿No necesitaré hacer tanto esfuerzo para comprender al obrero como el gastado en definir la obra?

Por consiguiente, no me has prestado ningún servicio con la edificación de tu quimera, has turbado mi espíritu sin iluminarlo, y debo odiarte en vez de agradecerte. Tu dios es una máquina que fabricaste para que sirva a tus pasiones, y la has hecho mover a tu capricho, pero desde el momento en que incomoda los míos permíteme que la haya derribado. En el instante en que mi alma débil tiene necesidad de calma y de filosofía no vengas a espantarla con tus sofismas, que la asustarían sin convencerla, que la irritarían sin hacerla mejor. Amigo mío, esta alma es lo que la naturaleza quiso que fuera, es decir, el resultado de los órganos que ha querido formarme en razón de sus designios y de sus necesidades; y como ella tiene una necesidad igual de vicio y de virtud, cuando quiso llevarme hacia el primero así lo ha hecho, cuando ha querido la segunda, me ha inspirado deseos por ella, y me ha entregado a ambos de igual modo. Busca sus leyes como única causa de nuestra inconsecuencia humana, y no busques a sus leyes más principios que su voluntad y su necesidad.

El Sacerdote

Así pues, todo es necesario en el mundo.

El Moribundo

Seguramente.

El Sacerdote

Pues, si todo es necesario, todo está, pues, regulado.

El Moribundo

¿Quién dice lo contrario?

El Sacerdote

¿Y quién pudo arreglarlo todo como está si no es una mano omnipotente y

sabia?

El Moribundo

¿No es necesario que la pólvora se inflame cuando se le aplica el fuego?

El Sacerdote

Sí.

El Moribundo

¿Y qué sabiduría encuentras en eso?

El Sacerdote

Ninguna.

El Moribundo

Es posible, pues, que haya cosas necesarias sin sabiduría, y posible, por consiguiente, que todo derive de una causa primera, sin que haya razón ni sabiduría en esta primera causa.

El Sacerdote

¿A dónde quieres llegar?

El Moribundo

A probarte que todo puede ser lo que es y lo que no es, sin que ninguna causa sabia y razonable lo conduzca, y que efectos naturales deben tener causas naturales, sin que haya necesidad de suponerle otras antinaturales, como lo sería tu dios, ya que él mismo tendría necesidad de explicación sin suministrar ninguna. Y, por consiguiente, desde que tu dios no es bueno para nada, es perfectamente inútil; y como hay gran probabilidad de que todo lo inútil es nulo y de que todo lo nulo es la nada, así pues, para convencerme de que tu dios es una quimera no tengo necesidad de otro razonamiento fuera del que me suministra la certeza de su inutilidad.

El Sacerdote

Sobre este pie me parece innecesario hablarte de religión.

El Moribundo

¿Por qué no? Nada me divierte tanto como la prueba del exceso de fanatismo y de la imbecilidad humana sobre este punto. Son extravíos tan prodigiosos que el cuadro, aunque horrible, a mi juicio es siempre interesante. Responde con franqueza, y, sobre todo, destierra el egoísmo. Si fuera tan débil que me dejara sorprender por tus ridículos sistemas de la existencia del ser que hace necesaria la religión, ¿bajo cuál forma me aconsejarías que le rindiera culto? ¿Quisieras que adoptara los desvaríos de Confucio mas bien que los absurdos Brahama? ¿Qué adorara a la gran serpiente de los negros, al astro de los peruanos o al dios de los ejércitos de Moisés? ¿A cual de las sectas de Mahoma quisieras que me rindiese? ¿Qué herejía de los cristianos es, a tu juicio, preferible? Cuidado con tu respuesta.

El Sacerdote

¿Puede ser dudosa?

El Moribundo

Dila, pues, egoísta.

El Sacerdote

No, sería amarte tanto como a mí si te aconsejara lo que yo creo.

El Moribundo

Y es querernos muy poco el escuchar semejantes errores.

El Sacerdote

¿A quien pueden cegar los milagros de nuestro divino redentor?

El Moribundo

A quien no vea en él sino al más ordinario de todos los bribones y al más vulgar de todos los impostores.

El Sacerdote

¡Dios, le escucháis sin descargar vuestra ira!

El Moribundo

No, amigo mío, todo está en paz porque tu dios, sea por impotencia, sea por razón, o, en fin, por lo que tú quieras, en un ser al que admito por un momento sólo por condescendencia a ti, o, si lo prefieres, para prestarme a tus pequeños designios, porque ese dios, repito, si existiera como tienes la locura de creerlo, no puede, para convencernos, haber tomado los medios tan ridículos como los que tu Jesús supone.

El Sacerdote

¡Cómo, las profecías, los milagros, los mártires, no son pruebas!

El Moribundo

¿Cómo quieres, en buena lógica, que pueda recibir como prueba aquello que necesita probarse? Para que la profecía sea una prueba sería necesario, primeramente, que yo tuviera la certidumbre completa de que ha sido hecha; pues, al consignársela en la historia sólo tiene para mi la fuerza de los otros hechos históricos, dudosos en sus tres cuartas partes; y si a esto agrego la apariencia más que verdadera de que me han sido transmitidos por historiadores interesados, estaría, como lo ves, más que en mi derecho para dudar de ellos. ¿Quién me asegura, por otra parte, que esa profecía no ha sido hecha con posterioridad, que no ha sido el efecto de la combinación de la más simple política como la de concebir un reino feliz bajo un rey justo, o la de la helada en invierno? Y si esto es así, ¿cómo quieres que la profecía, al tener tanta necesidad de ser probada, pueda convertirse en prueba? Con respecto a tus milagros, ellos tampoco se me imponen. Todos los bribones los han hecho, y todos los tontos los han creído. Para persuadirme de la verdad de un milagro tendría necesidad de estar muy seguro de que el acontecimiento que tú llamas de esa manera fuera absolutamente contrario a las leyes de la naturaleza, pues sólo lo que está fuera de ella puede pasar por milagro. ¿Y quién la conoce bastante para atreverse a afirmar cuál es precisamente el punto en que se detiene y cuál es el que infringe? Bastan dos cosas para acreditar un pretendido milagro, un titiritero y unas mujerzuelas. Vamos, no busques jamás un origen distinto para los tuyos. Todos los nuevos sectarios los han hecho, y, lo que es más singular, todos encontraron imbéciles para creerles. Tu Jesús no ha hecho algo más singular que Apolonio de Tiana, y, sin embargo, nadie ha pensado en tomar a éste por un dios. En cuanto a tus mártires, éste es el más débil de tus argumentos, sólo falta él entusiasmo y la resistencia para hacer mártires, y mientras la causa opuesta me ofrezca tantos como la tuya, jamás estaré lo suficientemente autorizado para creer a la una mejor que la otra, sino muy inducido, en cambio, a suponer despreciables a ambas. ¡Amigo mío! Si fuera verdad que existe el dios que predicas, ¿tendría necesidad de milagro, mártir o profecía para establecer su imperio? Y si, como dices, el corazón humano fuera su obra, ¿no sería ése el santuario que hubiera elegido para su ley? Esta ley igual, pues emanaría de un dios justo, se encontraría de manera irresistible grabada igualmente en el corazón de todos, y, de un extremo al otro del universo, todos los hombres, al ser semejantes por ese órgano delicado, igualmente serían semejantes por el homenaje que rendirían al dio5 que le hubiera dado este corazón, no tendrían más que una manera de amarlo, más que una manera de adorarlo y servirlo y tan imposible les sería desconocer ese dios como resistir a la inclinación secreta de su culto. ¿En vez de eso, no veo en el universo tantos dioses como países; tantas maneras de servir a esos dioses como diferentes cabezas o diferentes imaginaciones hay? Esta multiplicidad de opiniones, en la cual físicamente me es imposible elegir, ¿sería, a tu juicio, la obra de un dios justo?. Vamos, predicante, ultrajas a tu dios al presentármelo de esta manera. Déjame negarlo completamente, pues si existiera, entonces le ultrajaría menos mi incredulidad que tus blasfemias. Vuelve a la razón, predicante, tu Jesús no vale más que Mahoma, Mahoma, menos que Moisés, y estos tres, menos que Confucio, quien, sin embargo, dictó algunos buenos principios mientras que los otros tres disparataban. Pero, en general, todos éstos no son más que impostores, de los cuales el filósofo se ha burlado, y a los cuáles la canalla ha creído, y a los cuales la justicia hubiera debido ahorcar.

El Sacerdote

¡Ay de mí, sólo lo hizo con uno!

EI Moribundo

Era el que más lo merecía. Sedicioso, turbulento, calumniador, bribón, libertino, grosero, farsante y malvado peligroso, poseía el arte de engañar al pueblo y mereció, por lo tanto, el castigo de un reino en el estado en que se encontraba entonces el de Jerusalén. Fueron muy prudentes al deshacerse de él, y es quizás el sólo caso en que mis máximas, extremadamente dulces y tolerantes por lo demás, admiten la severidad de Temis. Excuso todos los errores, salvo aquellos que pueden ser peligrosos para el gobierno en que se vive. Los reyes y sus majestades son las únicas cosas que se me imponen, las únicas que respeto, pues quien no ama a su país y a su rey, no Es digno de vivir.

El Sacerdote

Pero, en fin, admitirás algo después de esta vida, es imposible que tu espíritu no se haya complacido, algunas veces, en atravesar la espesura tenebrosa de la suerte que nos espera. ¿Qué sistema puede ser más satisfactorio que el de una multitud de penas para quien vivió mal y el de una eternidad de recompensas para quien vivió bien?

El Moribundo

¿Cuál, amigo mío? El sistema de la nada nunca me ha espantado: es consolador y simple. Todos los otros son obra del orgullo, sólo éste lo es de la razón. Por lo demás, no es ni espantosa ni absoluta esa nada. ¿No tengo ante mi vista el ejemplo de las generaciones y regeneraciones de la naturaleza? Nada perece, amigo mío, nada se destruye en el mundo. Hombre hoy, gusano mañana, pasado mañana mosca, ¿no es siempre existir? ¿Y por qué quieres que me recompensen por virtudes cuyo mérito no tengo, o me castiguen por crímenes cuyo dueño no he sido? ¿Puedes conciliar la bondad de tu pretendido dios con este sistema, y puede él haber querido crearme para darse el placer de castigarme, y esto sólo a consecuencia de una elección de la que no he sido dueño?

El Sacerdote

Lo eres.

El Moribundo

Sí, según tus prejuicios. Pero la razón los destruye. Y el sistema de la libertad humana sólo fue inventado para fabricar el de la gracia que llegó a ser tan favorable a tus desvaríos. ¿Qué hombre en el mundo, si viera el patíbulo junto al crimen, lo cometería si fuera libre de no cometerlo? Una fuerza irresistible nos arrastra, y ni por un instante somos dueños de determinarnos por nada que no esté del lado hacia el cual nos inclinamos. No hay una sola virtud que no sea necesaria a la naturaleza; y, reversiblemente, ni un solo crimen del que no tenga necesidad, y toda su ciencia consiste en el perfecto equilibrio en que mantiene a ambos. ¿Podemos ser culpables del lado hacia el que nos arroje? Tanto como la avispa que clava su aguijón en tu piel.

El Sacerdote

Así, pues, ¿los crímenes más grandes no deben inspirarnos ningún espanto?

El Moribundo

No he dicho eso. Basta que la ley lo condene y que la cuchilla de la justicia lo castigue para que nos inspire la aversión o el terror, pero desde que desdichadamente se haya cometido, hay que saber tomar su partido y no entregarse a estériles remordimientos. Su efecto es vano, pues no pudo preservarnos de él; nulo, pues no lo repara. Es absurdo, pues, entregarse a los remordimientos, y más absurdo aun temer el castigo en el otro mundo si somos bastante dichosos de haber escapado al castigo de éste. Dios no quiera que vaya con esto a estimular el crimen, hay que evitarlo tanto como se pueda, pero es por la razón que es necesario huirle, y no por falsos temores que no consiguen nada, y cuyo efecto se destruye tan rápido en una alma firme. La razón amigo mío- sí, sólo la razón debe advertirnos que perjudicar a nuestros semejantes no puede jamás hacernos felices, y nuestro corazón, que contribuir a su felicidad es la mas grande que la naturaleza nos haya acordado en la tierra. Toda moral humana Se encierra en esta sola frase: hacer a los demás tan felices como uno mismo desea serlo, y no causarles nunca. un mal que no quisiéramos recibir. Estos son, amigo mío, estos son los únicos principios que debemos seguir y no hay necesidad de religión ni de dios para apreciados y admitirlos: Sólo se necesita un buen corazón. Pero siento que me debilito, predicante, abandona tus prejuicios sé hombre, sé humano, sin temor y sin esperanza, abandona tus dioses y tus religiones. Todo esto sólo es bueno para poner cadenas en las manos de los hombres, y el solo nombre de todos estos horrores ha hecho verter más sangre en la tierra que todas las otras guerras y plagas juntas. Renuncia a la idea del otro mundo, no lo hay, pero no renuncies al placer de ser feliz y de hacer la felicidad en éste. Esta es la única manera que te ofrece la naturaleza rara duplicar o extender tu existencia. Amigo mío, la voluptuosidad siempre fue el más querido de mis bienes, le he ofrecido incienso toda mi vida, y quiero terminarla en sus brazos. Mi fin se aproxima. Seis mujeres más bellas que el día están en el cuarto vecino, las reservaba para este momento. Toma de ellas tu parte, trata de olvidar en su seno, a ejemplo mío, todos los vanos sofismas de la superstición y todo los imbéciles errores de la hipocresía.

NOTA

El moribundo llamó, las mujeres entraron y el predicante se convirtió en sus brazos en un hombre corrompido por la naturaleza, por no haber sabido explicar lo que era la naturaleza corrompida.

100,Millones de Cuentos / El Hombre De La Vida Inexplicable



EL HOMBRE DE LA VIDA INEXPLICABLE
Anónimo Sufí


Había una vez un hombre llamado Moyut. Vivía en una aldea en la que había obtenido un puesto como pequeño funcionario y parecía muy probable que fuese a terminar sus días como inspector de pesas y medidas. Una tarde, cuando estaba caminando por los jardines de un viejo edificio cerca de su casa, el Jádir -misterioso guía de los sufíes- se le apareció vestido con una túnica de brillante verde. Moyut se encontró con el Jádir y el Jádir le dijo:

-Hombre de brillantes perspectivas, deja tu trabajo y encuéntrame junto a la ribera del río dentro de tres días.

Y desapareció.

Moyut fue a ver a su superior, conmovido por este encuentro, y le dijo que tenía que partir. Todo el mundo en la aldea se enteró pronto de esta decisión, y dijeron: "Pobre Moyut, se ha vuelto loco". Pero como había muchos candidatos para su puesto no tardaron en olvidarlo. En el día señalado Moyut se encontró con el Jádir, quien le dijo:

-Quítate las ropas y arrójate al río. Quizás alguien te salvará.

Moyut lo hizo sin hesitar, aunque se preguntaba si se había vuelto loco. Puesto que sabía nadar no se hundió, pero fue arrastrado por las aguas largamente antes de que un pescador lo hiciera subir a su bote y le dijera:

-Hombre loco, la corriente es muy fuerte, ¿qué estás tratando de hacer?

Moyut dijo:

-Realmente no lo sé.

-Estás loco -dijo el pescador-, pero te llevaré a mi cabaña junto al río, y veremos qué puedo hacer por ti.

Cuando el pescador descubrió que Moyut hablaba bien, aprendió de él a leer y a escribir. En cambio le dio alimento y un lugar donde habitar. Moyut ayudaba al pescador en su trabajo. Después de unos pocos meses el Jádir volvió a aparecer, esta vez al pie de la cama de Moyut, y le dijo:

-Levántate y deja a este pescador. Ya veremos qué se hace contigo.

Moyut salió inmediatamente de la cabaña, se vistió como pescador y vagabundeó hasta llegar a una carretera. Cuando se hizo el día vio a un agricultor en un burro en su camino hacia el mercado.

-¿Buscas trabajo? -le preguntó el agricultor-, porque necesito a un hombre que me ayude para traer de vuelta algunas compras que debo hacer.

Moyut lo siguió. Trabajó para el agricultor durante casi dos años, tiempo en el cual aprendió bastante sobre agricultura, pero sobre ninguna otra cosa. Un atardecer, mientras estaba limpiando algodón, se le apareció el Jádir y le dijo:

-Deja este trabajo, ve a la ciudad de Mosul y usa los ahorros para convertirte en un mercader de pieles.

Moyut obedeció. En Mosul se hizo conocido como mercader de pieles y no volvió a ver al Jádir durante tres años. Había ahorrado una suma considerable de dinero y estaba pensando en comprar una casa, cuando el Jádir volvió a aparecérsele y le dijo:

-Dame tu dinero. Vete de esta ciudad. Ve tan lejos como Samarkanda, y trabaja allí como almacenero.

Moyut lo hizo. En realidad empezó a mostrar signos bastante ciertos de iluminación. Curaba a los enfermos, servía a sus conciudadanos y durante su tiempo libre notaba que los misterios se iban profundizando en él cada vez más acentuadamente. Filósofos, hombres de negocios, lo visitaban y le preguntaban:

-¿Con quién estudiaste?

-Es difícil decirlo -contestaba Moyut.

Sus discípulos le preguntaban:

-¿Cómo empezaste tu carrera?

Él decía:

-Como un pequeño funcionario.

-¿Y la abandonaste para dedicarte a la mortificación?

-No. Simplemente la abandoné -decía Moyut.

Y sus discípulos no lo entendían. La gente se le acercaba para escribir la historia de su vida.

-¿Qué has sido en tu vida? -le preguntaban.

-Salté a un río, me convertí en pescador; después me fui de una cabaña en la mitad de una noche; después de esto me volví agricultor, y mientras estaba limpiando algodón cambié y fui a Mosul, donde me convertí en un mercader en pieles. Ahorré algún dinero allí, pero lo dejé, y después vine a Samarkanda y trabajé como almacenero. Y aquí es donde estoy ahora.

-Pero esta conducta inexplicable no ilumina para nada tus dones tan extraños y tus ejemplos maravillosos, decían los biógrafos.

-Así es -decía Moyut.

De tal suerte, los biógrafos organizaron para Moyut una historia muy excitante y maravillosa, porque todos los santos deben tener su historia, y la historia debe estar de acuerdo con el apetito del oyente, no con las realidades de la vida. Y nadie puede hablar del Jádir directamente. Tal es la razón por la cual esa historia no es cierta. Es una representación de la vida. Esta es la verdadera vida de uno de los más grandes sufíes.

sábado, 18 de febrero de 2012

100 Mil Cuentos / Tres Maravillosos Mendigos

Los Serbios tiene una coleccion de inumerables historias y fabulas pero por estar en su idioma nos es dificil llegar a ellas. Aqui presento uno de estos cuentos...espero que vuele con ustedes su imaginacion....


LA HISTORIA DE TRES MARAVILLOSOS MENDIGOS

Había unas ves que vivía un mercader cuyo nombre era Marcos a quien la gente llamaba “Marcos el Rico”. El era un hombre de un corazón duro, pues el no soportaba ver a la gente pobre, y se llegaba a ver algún mendigo en cualquier lugar cerca de su casa, el ordenaba a sus sirviente que lo echaran fuera o le enviaría los perros.

Un día tres hombres muy pobres llegaron pidiendo a su puerta, y al punto que le iba echar los perros bravos a ellos, su pequeña hija Anastasia, se le acerco a el y le dijo;

“Querido padre, deja que estos pobres hombres duerman esta noche aquí, por favor si hazlo”.

Su padre no se atrevía rehusarse a ella, y los tres mendigos les fue permitido dormir en un desván, y en la noche, cuando todos estaban ya dormidos en la casa, la pequeña Anastasia se levantó, se subió hacia el desván, y hecho una mirada.

Los tres viejos mendigos estaban en el medio del desván, recostados sobre sus bastones, con sus largas barbas grises ondeando sobre sus manos y hablaban juntos en voz baja.

“¿Cuales son las nuevas aquí? Pregunto el más anciano.

“En el próximo valle el campesino Iván acaba de tener su séptimo hijo. ¿Que nombre le daremos y que fortuna deberíamos darle a el?”, dijo el segundo.

El tercero murmuro, “Llámale Vasilio y dale toda la propiedad del hombre de corazón duro, aquel en quien en su desván estamos de pie, y quien quería echarnos fuera de su puerta”.

Después de hablar un poco más los tres se prepararon y encaramándose se fueron suavemente.

Anastasia, quien había escuchado cada palabra, corrió directamente a su padre y le dijo todo.

Marcos estaba lo más sorprendido; pensó y pensó, y en la mañana condujo hasta la próxima villa para tratar de averiguar si en verdad había nacido aquel niño. El fue primero al cura, y le pregunto sobre los niños en su parroquia.

“Ayer”; dijo el cura, “un niño nació en la casa mas pobre de la villa. Yo lo nombre a la pobre cosa azarosa ‘Vasilio’, el es el séptimo hijo, y el mayor tiene solo siete años de edad, y ellos entre todos no tienen ni un bocado. ¿Quien será aquel que pueda ser el padrino de aquel pequeño niño mendigo?

El corazón del mercader latía rápidamente, y su mente estaba llena de malos pensamientos acerca de aquel pobrecito bebe. El mismo seria el padrino, dijo el, y ordeno un fina fiesta de bautismo; así que el niño fue traído y bautizado, y Marcos era muy amigable con su padre. Después que se acabo la ceremonia llamó a Iván aparte y dijo;

“Mira aquí, mi amigo, tu eres un hombre pobre. ¿Como vas a poder criar a este muchacho? Dámelo a mi y yo haré algo de el y yo te daré un regalo de mil monedas. ¿No es esto un baratillo?

Iván se rascó la cabeza, y pensó, y pensó, y entonces estuvo de acuerdo. Marcos contó el dinero, cubrió al bebe en una piel de zorro, lo puso en el trineo cerca de el, y condujo atrás hacia su casa.

Cuando ya había conducido algunas millas se detuvo, cargo el niño a las orillas de un inclinado precipicio y lo tiro, murmurando, “Aquí, ahora trata de quitarme la propiedad!”

Muy pronto después de esto unos mercaderes extranjeros viajaron por esa misma carretera en camino a ver a Marcos y pagarle unas doce mil monedas el cual le debían.

Según pasaban cerca del precipicio escucharon el sonido de un llanto, y mirando hacia abajo vieron un pequeño pastizal verde entre dos montones de nieve, y en el pastizal estaba el bebe entre las flores.

Los mercaderes recogieron el niño, lo cubrieron cuidadosamente, y siguieron conduciendo. Cuando vieron a Marcos le dijeron una cosa extraña que ellos habían encontrado. Marcos adivino de unas ves que el niño era su ahijado, y pidió el verlo, y dijo;

“Ese es una pequeña y buena criatura; Me gustaría quedarme con el. Si ustedes me lo entregan a mi, yo les perdonare la deuda”

Los mercaderes estaban a gusto por el poder lograr tan gran baratillo, dejaron el niño con Marcos, y se fueron.

En la noche Marcos cogió el niño, lo puso en un barril, amarró bien la tapa, y lo tiró al mar. El barril floto muy lejos a gran distancia, y por fin floto cerca de un monasterio. Los monjes estaban estirando sus redes para secarlas en la orilla, cuando escucharon el sonido de un llanto. Parecía venir del barril que estaba correteando cerca de las aguas de la orilla. Lo jalaron a la tierra y lo abrieron, y allí había un pequeño niño. Cuando el abad

Escucho las noticias, el decidió el subir al muchacho y lo nombro ‘Vasilio’.

El muchacho vivió con los monjes, y creció a llegar a ser listo, gentil y un joven muy parecido. Nadie podía leer, escribir y cantar mejor que el, y el hacia todo tan bien que el abad lo hizo el cuidador del guardarropía.

Ahora, sucede que para este tiempo fue que el mercader Marcos, vino al monasterio en el camino de un viaje. Los monjes eran muy corteses y les enseñaron la casa y la iglesia y todo lo que tenían. Cuando el entró a la iglesia el coro estaba cantando, y una voz era tan clara y bella, que el pregunto a quien pertenecía. Entonces el abad le dijo de la manera maravillosa en que Vasilio les había llegado a ellos, y Marcos vio claramente que este era su ahijado a quien dos veces trato de matar.

El le dijo al abad; “No le puedo decir cuanto yo he disfrutado el cantar del hombre joven. Si el pudiera llegar hasta mi lo haría el administrador de todos mis negocios. Y como usted dice el es bueno y listo. Por favor hágalo disponible para mi. Yo le haré su fortuna y le presentaré a su monasterio con veinte mil monedas.

El abad dudó lo bastante, pero consultó a todos los otros monjes, y finalmente ellos decidieron que no deberían estar en el medio de la buena fortuna de Vasilio.

Entonces Marcos escribió una carta a su esposa y se la dio a Vasilio para que se la llevara, y esto era lo que estaba escrito en la carta: “Cuando el portador de esta llegue, llevalo a la fábrica de jabón, y cuando pases cerca de la gran caldera empújalo a dentro. Si tu no obedeces mis ordenes yo estaré demasiado de molesto, porque este joven hombre es un socio muy malo quien de seguro también nos arruinará a todos si el vive.

Vasilio tuvo un buen viaje, y al llegar a tierra se encaminó hacia la casa de Marcos. En el camino conoció a los tres mendigos, quienes le preguntaron; ¿A donde vas Vasilio?

“Yo voy a la casa de Marcos el Mercader, y tengo una carta para su esposa”; respondió Vasilio.

“Enseñanos la carta

Vasilio le entregó la carta. Soplaron sobre ella y se la dieron de vuelta a el, diciendo; “Ahora ve y dale la carta a la esposa de Marcos. Tu no serás abandonado”.

Vasilio llegó a la casa y le dio la carta. Cuando la dama leyó la carta sus ojos casi no lo podían creer y mando a llamar a su hija. En la carta estaba escrito, bastante plenamente: “Cuando tu recibas esta carta, prepárate para una boda, y permite que el portador se case el próximo día con mi hija Anastasia. Si tu no obedeces mis ordenes yo estaré muy molesto”

Anastasia vio el portador de la carta y el le agrado bastante a ella. Ellos vistieron a Vasilio en finas ropas y el próximo día el fue casado con Anastasia.

Al tiempo determinado, Marcos regreso de sus viajes. Su esposa, hija y yerno todos fueron afuera a recibirlo. Cuando Marcos vio s Vasilio se voló dentro de una terrible rabia con su esposa. “¿Como te atreves tu a casar a mi hija sin mi consentimiento?”, pregunto el.

“Yo solo cumplía con tus ordenes”, dijo ella. “Aquí esta tu carta”.

Marcos la leyó. Era ciertamente su letra, pero por ninguna razón el contenido eran sus deseos.

“Bueno’, pensó el, “tu te me has escapado tres veces, pero yo pienso que ahora voy a sacar de ti lo mejor” Y el esperó un mes y era muy amable y agradable con su hija y con su esposo.

Al final de ese tiempo el le dijo a Vasilio un día, “Yo quiero que tu vayas por mi a mi amigo el Rey Serpiente, en su bello país al final de el mundo. Doce años atrás el construyó un castillo en una tierra de mi propiedad. Yo quiero que preguntes por la renta de esos doce años y también quiero que averigües de el que le ha pasado a mis doce barcos que partieron para su país tres años atrás”.

Vasilio no se atrevía a desobedecer. El dijo adiós a su joven esposa, la cual lloro amargamente su partida, colgó una bolsa de galletas sobre sus hombros, y se marcho.

Yo realmente no puedo decir si el viaje fue largo o corto. Mientras el proseguía su camino de repente escucho una voz diciendo: Vasilio, ¿ha donde vas?

Vasilio miro cerca de el, y no viendo a nadie, llamó en alto: ¿Quien me hablo?

Yo fui; este viejo y bien ensanchado roble. Dime ha donde tu vas.

Yo voy al Rey Serpiente para recibir de el doce años de renta.

“Cuando llegue el tiempo, recuerda me y pregúntale al Rey “Podrido hasta las raíces, medio muerto pero todavía verde, de pie esta el viejo roble. ¿Estara mucho mas tiempo de pie en la tierra?”

Vasilio continuo adelante. Llego hasta un rió y se subió en la barca crucero. El viejo del bote pregunta; ¿Tu vas lejos, mi amigo?”

Voy hasta el Rey Serpiente.

Entonces piensa en mí y le dices al Rey; Por cincuenta años el hombre de la barca ha remado de aquí para allá. El hombre viejo y cansado ¿tendrá que seguir remando por mucho más?

Muy bien, dijo Vasilio. Yo le preguntare.

Y siguio caminando. Al tiempo llego a un pasadizo en un estrecho fuera del mar y cruzando estaba una gran ballena acostada por la cual sobre su espalda la gente caminaba y conducía como si hubiera sido un puente o una carretera. Al poner su pie sobre ella la ballena dijo; “Dime por favor a donde es que tu vas”.

“Yo voy hacia el Rey Serpiente”.

Y la ballena le rogó: Piensa en mí. Le dices al rey: La pobre ballena ha estado acostada por tres años cruzando el estrecho, y los hombres y los caballos casi han aplastado su espalda contra sus costillas. ¿Esta ella para acostarse allí por mucho mas tiempo?

“Yo lo recordare”; dijo Vasilio y siguio su camino.

El camino, camino y camino hasta que llego a una gran planicie. En este campo se hallaba un gran y esplendido castillo. Sus paredes de blanco mármol brillaban en la luz, el techo estaba cubierto de madre perla, el cual brillaba como un arco iris, y el sol resplandecía como fuego en las ventanas de cristal, Vasilio entro en el y fue de una habitación a otra atolondrado de tanto esplendor.

Cuando llego al último cuarto de todos, encontró una bella joven sentada en una cama.

Tan pronto que ella lo vio dijo ella; “OH Vasilio, ¿que te trae a este infausto lugar?

Vasilio le dijo porque el había llegado, y de todo lo que el vio y escucho en el camino.

La muchacha dijo: “Tu no has sido enviado a colectar rentas, sino para tu propia destrucción, y para que la serpiente a lo mejor te devore”.

Ella no tuvo tiempo de decir nada más, cuando todo el Castillo comenzó a temblar, y un susurreo, seseo y gruñidos se escucho. La muchacha rápidamente empujó a Vasilio dentro de un baúl debajo de su cama, lo cerro y murmuro: “Escucha lo que la serpiente y yo hablamos”.

Entonces ella se levanto para recibir al Rey Serpiente.

El monstruo de subito entro en el cuarto, y se tiro jadeando en la cama: “Yo he volado por medio mundo. Estoy cansado, bien cansado, y quiero dormir – rasca mi cabeza”.

La hermoso muchacha se sentó cerca de el, acariciando su odiosa cabeza, y dijo en una dulce y engatusadora voz: “Tu conoces todo en el mundo. Después que te fuiste, yo tuve un sueño maravilloso. Me dirías que es lo que significa?

Afuera con el entonces, rápido. Que era?

Yo soñé que caminaba en una carretera ancha, y que un roble viejo a mi me dijo: “Pregúntale al rey esto: Podrido en las raíces, medio muerto, y aun verde de pie esta el viejo roble. ¿Estará el de pie mucho mas tiempo en la tierra?

“El debe quedarse quieto hasta que alguien venga y lo empuje abajo con el pie. Entonces el se caerá, y debajo de sus raíces se encontrara mas or y plata de lo que Marcos El Rico ha tenido.”

Entonces yo soñé que llegue a un río, y que el Viejo del bote me dijo a mi: “Por treinta años el hombre del bote ha remado de aquí hacia allá. Tendrá el cansado viejo hombre que remar por mucho más tiempo?

“Eso depende de el mismo. Si alguien se monta en la barca para ser cruzado a la otra orilla, lo único que el viejo tiene que hacer es empujar el bote y seguir su camino sin mirar atrás. El hombre en el bote tendrá entonces que tomar su lugar.”

Y finalmente yo soñé que estaba caminando sobre un puente hecho den la espalda de una ballena, y el puente viviente me hablo y dijo; “Aquí he estado extendido esto tres anos, hombre y caballos han pisoteado mi espalda hacia las costillas. ¿Estaré aquí recostado por mucho mas tiempo?

“La ballena va a estar ahí hasta que vomite los doce barcos de Marcos el Rico las cuales se ha tragado. Entonces podrá zambullirse hacia el mar y se curara su espalda”

Y el Rey Serpiente cerró sus ojos, y se recostó de su otro lado, y comenzó a roncar tan fuerte que las ventanas zumbaban.

En toda prisa la Hermosa muchacha ayudo a Vasilio a salir del baúl, y le mostró parte del camino de regreso. El le dio las gracias muy cortésmente y se fue con rapidez.

Cuando llego al estrecho la ballena pregunto; “¿Has pensado en mi?

“Si, tan pronto yo este al otro lado yo te diré lo que quieres saber.”

Cuando estaba en el otro lado Vasilio le dijo a la ballena: “Vomita esos doce barcos de Marcos el Rico que tu te has tragado hace tres años atrás.”

El gran pez exhaló y vomitó los doce barcos y sus tripulaciones. Entonces se sacudió así misma de felicidad y se sumergió en el mar.

Vasilio prosiguió mas adelante hasta que encontró la barca, donde estaba el Viejo que pregunto: ¿Pensaste en mí?

“Si, tan pronto me hayas cruzado yo te diré lo que quieres saber.”

Cuando habían cruzado, Vasilio dijo: “Deja que el próximo hombre que venga a la barca se quede en ella, pero tu te bajas a la orilla, empuja la barca hacia afuera, y estarás libre, y el oto hombre tomara tu lugar”

Entonces Vasilio prosiguió aun mas adelante, y tan pronto llego al árbol Viejo, empujo con su pie y el árbol cayo. Allí, en las raíces había más oro y plata que lo que Marcos el Rico pudo haber poseido.

Y ahora los doce barcos que la ballena había vomitado llegaron navegando hasta muy cerca de las orillas. En la cubierta del primer barco estaban los tres mendigos a quien Vasilio había conocido formalmente y ellos dijeron: “Los cielos te han bendecido, Vasilio” Entonces ellos se desvanecieron y más nunca los volvió a ver.

Los marineros cargaron todo el oro y la plata en el barco y luego izaron velas hacia la casa con Vasilio abordo.

Marcos estaba más furioso que nunca. El había mandado a ensillar sus caballos y se fue por si mismo a ver el Rey Serpiente y quejarse de la manera en la cual el había sido traicionado. Cuando llego al río se trepo en la barca. El hombre de la barca, sin embargo, no se trepo en ella sino que la empujo.

Vasilio vivió una feliz y buena vida con su querida esposa y su humilde suegra que vivía con ellos. El ayudada a los pobres y a las bestias y alimentaba a los hambrientos y desnudos y todas las riquezas de Marcos llegaron a ser de el.

Por muchos años Marcos ha sido el que ha llevado a la gente a cruzar el río. Su cara se ha arrugado, su pelo y su barba son blancos como la nieve, y sus ojos con poco brillo, pero aun así sigue remando.